Editorial

El poder de Panamá y su economia

Economía de pasillo: el nuevo poder latino que despega desde Tocumen

Chucho Miles

Chucho Miles

En los aeropuertos, los pasillos dicen más del futuro económico de una región que los discursos en los congresos. Allí no se negocian tratados: se cruzan miradas, se cierran negocios, se cambian monedas y se mide el pulso real del movimiento latino. Y si hay un punto donde ese pulso late con ritmo de conexión global, ese lugar se llama Tocumen.

Panamá no necesita presumir de ser potencia. Simplemente, lo es. No por sus recursos naturales —porque literalmente los vendió en tránsito—, sino porque entendió antes que nadie que el valor no está en tenerlo todo, sino en saber conectarlo. Donde otros países exportan materias primas, Panamá exporta coordinación. Donde otros crean ministerios, Panamá crea hubs.

Esa es la nueva “economía de pasillo”: la que no se mide en PIB, sino en puertas de embarque. La que convierte minutos en valor y conexiones en capital. Desde los ejecutivos que cruzan de Bogotá a Ciudad de México con escala técnica en Panamá, hasta los turistas europeos que descubren que América Latina cabe en un solo aeropuerto, todos están participando —sin saberlo— en la revolución silenciosa de un istmo que no pide permiso para liderar.

En los años 80, el poder latino se medía en petróleo. En los 90, en populismo. En los 2000, en commodities. Hoy, se mide en cuántas rutas nuevas abre Copa Airlines cada trimestre. Porque donde hay un vuelo directo, hay confianza. Y donde hay confianza, hay futuro.

Algunos economistas lo llaman “geografía estratégica”. Yo lo llamo “intuición aérea”. Panamá no compite: coordina. Mientras los países vecinos se preocupan por elecciones, el istmo se preocupa por las conexiones. Y no hay urna más democrática que la puerta B42 a las 7:15 a. m., donde venezolanos, colombianos, argentinos y panameños esperan juntos el mismo vuelo, con la misma mezcla de sueño, esperanza y café recalentado.

Cada vez que una aerolínea anuncia una nueva ruta desde Panamá, no se trata solo de turismo. Es diplomacia pura. Es comercio envuelto en equipaje de mano. Es una forma elegante de recordarle al continente que el liderazgo no se impone; se aborda, con pase de abordar en la mano.

Detrás de cada puerta de embarque hay una lección que los ministerios de economía deberían estudiar: la puntualidad genera confianza, la confianza atrae inversión y la inversión se sube al primer vuelo que sale a tiempo. No se necesita un nuevo tratado, se necesita un vuelo sin delay.

En este tablero regional, Panamá no es el jugador más grande, pero sí el más organizado. La grandeza no se mide en territorio, sino en sincronización. Y en eso, el istmo lleva años operando como una torre de control continental: corrige desvíos, equilibra egos y, sobre todo, evita colisiones diplomáticas que harían caer a cualquier otra región.

Mientras tanto, en los pasillos de Tocumen, la verdadera integración latinoamericana ya ocurre: ejecutivos peruanos almuerzan con panameños, empresarios chilenos revisan contratos con ecuatorianos, y un colombiano que pensaba hacer escala termina montando una empresa. Ninguna frontera resiste un vuelo bien coordinado.

La economía de pasillo no tiene himno, bandera ni gabinete. Tiene horarios, pantallas y un Wi-Fi que a veces funciona. Es un sistema de cooperación espontánea que solo necesita que nadie la interrumpa. Y si algo ha demostrado Panamá es que se puede liderar sin gritar, y crecer sin invadir. Solo hace falta organizar el boarding con clase.

La próxima gran potencia latinoamericana no será un país con petróleo ni con ejército: será un país con horarios que se cumplen y conexiones que no fallan. Esa potencia ya existe, y su puerta de embarque se llama Tocumen.

— “El poder no está en volar alto, sino en lograr que todos despeguen a la misma hora.”


Publicado en la línea editorial de SkyPanama™

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